Campo de Agramante

>> domingo, 4 de octubre de 2009

Abrí los ojos como si me hubieran empujado violentamente hacia las puertas de la consciencia. Algo en esa realidad en la que me había despertado había cambiado. Tenía el corazón desbocado; quizá me había visto inmersa en una terrible pesadilla, pero no conseguía recordar nada de lo sucedido en el plano onírico. Me liberé del laberinto de tela que se había enroscado en torno a mi cuerpo, me levanté y caminé hasta salir de la estancia. Todas las luces estaban apagadas y reinaba un silencio frío y profético. Busqué un resquicio de compañía racional que pudiera sacarme de ese trance pero no hallé más que la de mis pensamientos. Entonces una escena desgarradora vino a mi mente; no sé cuál fue el detonante, pero esa escena atrajo a otra y esta última a otra, hasta que se encadenaron cronológicamente y comprendí qué era lo que estaba sucediendo.

Un dolor agudo se instaló en mis sienes intensificándose con cada vínculo que me redirigía al pasado. Supe que nadie iba a aparecer; estaba sola, más sola de lo que nunca había estado. Yo misma había destruido a todos aquellos que habían osado acercarse pisoteando sus tentativas y esperanzas y anulando las mías. No podía permitirme el lujo de que urbanitas depredadores olfatearan un rastro de debilidad y los condujese hasta mí. El precio a pagar era muy elevado, pero aún así decidí empeñar mis sentimientos para comprar las tierras en las que construí mi reino.

Desde mis dominios veía los pueblos cercanos y las siluetas borrosas de otros castillos en la distancia. Cada cierto tiempo algún viajero bordeaba las murallas de mi fortaleza mirándola con curiosidad y desconcierto, pero ninguno se atrevía a acercarse y terminaban por perder el interés al comprobar que estaba cerrado a cal y canto.

Una noche, eludiendo a la guardia, alguien escaló hábilmente uno de los muros y se escabulló confundiéndose con las sombras, hasta alcanzar mis aposentos e irrumpir en ellos bruscamente y con altanería, sin importarle si había cometido o no una temeridad. Permaneció un instante mirándome con descaro, como si tuviera la certeza de que no alertaría a nadie y, para mi asombro, así fue. Algo irracional tomó el control de mi cuerpo e inhibió mi sentido común y el instinto de supervivencia. Me había incorporado en mi lecho cuando hizo acto de presencia y no me había movido desde entonces. Se acercó hasta quedarse frente a mí, se quitó la ropa y sin pedir permiso ni esperar consentimiento, se metió en mi cama, pegándose a mi piel... Nunca me había sentido tan abrigada pese a la desnudez. Nunca olvidaré esa noche.

De pronto tuve la certeza de que ese sentimiento que se había adherido a mi alma no iba a desaparecer. Sentía que me había corrompido, manchado, violado... Salí corriendo cegada por la ira y la desesperación sin importarme la dirección ni lo que dejaba atrás; necesitaba salir de mí misma, desligarme de cualquier emoción humana. Corrí hasta que mis pulmones demandaron una cantidad de aire que no era capaz de satisfacer y ahí, exhausta en medio de mi propio campo de Agramante, comprendí que la ausencia de la manifestación física no hace desaparecer a nadie ni a nada. Comprendí que había errado la causa y había perdido la guerra contra el peor enemigo imaginable, contra mí misma, quedándome sin ejército, sin patria y sin reino.


1 Leitmotivaciones:

Any_Porter 5/10/09 18:03  

Cerca de tu fortaleza hay pueblos, ciudades, otros castillos que han dejado caer sus puertas, o que han construido sus murallas alrededor de una gran urbe (o quizás una ciudad dentro de sus murallas). Deja caer el puente levadizo. Date una vuelta por las cercanías y selecciona a aquellas gentes que llamen tu atención. Gentes fuertes para tu ejército; hábiles para trabajar tus tierras; hermosas para deleitar la vista; talentosas para complacer al resto de los sentidos... Deja pasar a la gente a tu palacio. Comparte con el resto del mundo todo lo que tienes, lo que eres... Que no te asuste ser humana. Estarás bien.