Zoom

>> lunes, 19 de diciembre de 2011



Fue como mirar hacia abajo desde el borde de un rascacielos: la sensación de caída en el estómago. Caer y caer atravesando el vacío, sin nada que modifique la trayectoria, ni siquiera el suelo de hormigón contra el que chocar al final del recorrido. Simplemente el vacío. Ni un antes ni un después, ni pasado ni futuro, ni bueno ni malo, ni viva ni muerta. Mirar hacia abajo y pensar que, en caso de existir, esa podría ser la visión de dios.

Mirar al cielo desde lo alto de un rascacielos, además de redundante, podría ser como entrar en una habitación con el techo tan bajo que impide caminar erguido; pero desde lo alto también se puede mirar hacia arriba, a ese vacío que conecta el infinito y comprender que el mundo no es suficiente frente a un universo, una vida no es suficiente.

Mirar hacia arriba, hacia abajo o al horizonte, más cerca y más lejos, pero más allá; en los cráteres de la Luna, debajo de la cama, en las mareas, en los bolsillos, en las estrellas, en los periódicos... En la visión de conjunto y en el detalle más sutil. Mirar y ver.