Vivir en pequeño

>> lunes, 4 de octubre de 2010


A veces te sientes como un insignificante punto en movimiento bajo las nubes. Todo parece demasiado grande, inmenso, y escapa a tu control. La tierra no deja de girar aunque tú te detengas para recuperar el aliento, las estaciones no dejan de cambiar aunque añores el sol, y las hojas caducas que deja el otoño te pueden hacer resbalar los días de lluvia. Lo que te sucede no sólo te sucede a ti, no tienes la exclusividad de la pena ni de la alegría, pero para ti es importante y titánico porque lo presencias como administradora, no como invitada. Y puede que necesites alejarte de ti, dejar de ser lo que eres para volver a serlo.

A veces las pequeñas cosas, los detalles más furtivos, son tan grandes que llenan todos tus rincones de esa extraña e impagable materia de la que están hechos los deseos cumplidos, los éxitos logrados, la satisfacción, las caricias, las sonrisas sinceras... Entonces comprendes que la vida puede definirse por un pequeño gesto casi invisible, y la grandeza aparente deja de tener importancia y empequeñece hasta que no llega a los pedales; comprendes que tu vida puede resumirse en una sonrisa, en una lágrima o en indiferencia; está en tu mano escoger una.

A veces, cuando caminas al anochecer acompañada de la tormenta y la misma canción repitiéndose una vez tras otra, mientras echas de menos, preguntas y maldices, el dolor se hace físico y la ciudad llora contigo, se rompe contigo.