Stay hungry, stay foolish

>> lunes, 28 de diciembre de 2009



No es necesario añadir nada más...

πέφτω

>> lunes, 21 de diciembre de 2009


No sé qué o quién frenó su tentativa, pero poco a poco el ruido atronador del combate cósmico cesó y las hordas de Armagedón se dispersaron hasta desaparecer tras columnas de polvo, humo y cenizas. Estaba tumbada boca abajo con los labios pegados al suelo; olía a azufre y tenía arenas entre los dientes. Un dolor proveniente de mi espalda se hizo cada vez más real y fui consciente de lo que había sucedido: había perdido mis alas.

¿Cuál era mi lado ahora? Si me habían juzgado por romper el silencio de los borregos y buscar la verdadera justicia, prefería vagar condenada que permanecer indiferente ante su biliosa utilización del dolor. Nunca acepté los extremos ni los juicios inapelables. Pertenecía a uno de los bandos, sí, pero siempre me había posicionado lo más próxima posible al ecuador que los dividía, donde existía la gama de grises. Algunos me apoyaban, otros me repudiaban y a más de uno le hubiera gustado arrancarme pluma a pluma esas alas ahora amputadas. Jamás habría consenso, y estar entre dos mundos antagónicos implicaba tener también al enemigo en casa.

No es fácil escoger entre lo que se supone que debes hacer y lo que sientes que debes hacer. Y me equivoqué.


Yo

>> jueves, 17 de diciembre de 2009


Las luces del parque se encienden y parpadean aumentando poco a poco la intensidad de su luz. El Sol se esconde tras los bloques de edificios y árboles, dorando la tarde. Llevo varios días intentando encontrar las palabras adecuadas para escribir y sacarme de dentro esta ponzoña que me carcome. Quizá debí decir antes mucho más, cuando no estaba fuera de lugar, cuando tenía sentido, pero había tanto que decir que siempre quedaba algo en el tintero. Sé que no fui cobarde aunque todo apunte lo contrario, pero tampoco quise cometer la temeridad de emprender quimeras suicidas.

Después del último fin de semana, de muchos “fines de semana”, no pretendo llevar la virtud hasta el absurdo, pero tampoco elevar la estupidez a la categoría de un momento de placer, porque no lo es. Nuestros cuerpos se ciñen a la inmediatez del deseo. Un deseo perdido, porque las camas extrañas son un desierto y ya me he cansado de vagar buscando un oasis. Porque desde que toqué el alma, el resto es sólo piel. Porque estoy cansada de meros brindis al sol, de utilizar tretas eufemísticas para no incomodar, de metáforas, de fingir que no recuerdo, que las cosas no me afectan, que no siento, que no deseo, que no quiero. Estoy cansada de cargar con el peso del mundo.

Esta noche volveré a creer las palabras que leo y escucho porque necesito hacerlo y a ser redundante con las mías. Hablaré como si hubiera alguien escuchando. Escucharé las canciones que me recuerdan que sigo en este Universo que necesita explotar de nuevo. Me quitaré las alas y las dejaré caer, mañana las ahuecaré otra vez.

Y al final... ¿Qué queda? ¿Qué me queda? Nada que me pertenezca. Sólo un roce furtivo, una caricia resignada, un abrazo disimulado, un beso negado, un deseo atado, un sueño pixelado, una vida contenida. Después de las luces, de las calles, de las risas, del día, de la noche, de las fotos, de las palabras, de la gente, de ella, de él, de ti... Después de todo, al final, sólo quedo yo.


Limeranza

>> miércoles, 2 de diciembre de 2009


Llegué con el alba a ese desconocido y a la vez familiar lugar. Era una paradójica sensación. Hacía frío, el Sol todavía no alcanzaba a elevar la temperatura nocturna; veía el vaho saliendo de mi boca al respirar, pero sin embargo no lo sentía en mi piel, incluso desabroché la levita de cuero cuando me detuve frente al cartel que anunciaba mi nuevo destino. Al leerlo mi mente se proyectó más allá en el tiempo y el espacio, y sabía que sería la última vez, antes de entrar, que tendría una contemplación panorámica de todo lo que allí dentro hubiera. Una batalla se desató en mi interior: por un lado, recuerdos y emociones me espoleaban con diatribas para que saliera de ahí sin más dilación ni divagación, y por otro, un ejército hedonista que no pensaba en la repercusión que mi decisión tendría, engalanaba esperanzas y me seducía con cantos de sirena para que entrara.

Respiré hondo, apreté los dientes y me dejé llevar. Atravesé el umbral haciendo caso omiso de mi razón. Curiosamente sabía que me equivocaba, sabía en dónde me estaba metiendo a pesar de que nunca antes había estado allí, pero sí en otras urbes similares. Buscaba la adecuada para conquistarla y establecer en ella mi imperio, mi vida.

Me adentré con inveterada curiosidad por sus avenidas, calles y callejones, accedí a los edificios en los que se me permitió el paso, hablé con sus gentes… Y algo cambió. Comprendí que lo que quería no era conquistar esa u otra ciudad, sino que me aceptara y acogiera en su seno para sentir que tenía de nuevo un hogar. En ese momento bajé la guardia y fui yo la conquistada.

A veces siento que es mi ciudad y olvido que soy una extraña que nunca la conquistará. Pero ahora ya es tarde para dar marcha atrás, estoy atrapada en Limeranza.