Hay temas sobre los que no me gusta
hablar y menos aquí, en este pequeño rincón conceptual de mi alma, pero hay
cosas que piden a gritos ser nombradas. No me gusta hablar de política ni me
gusta la política, por ejemplo; me parece una “profesión” inventada en los
albores de la civilización por individuos oportunistas llegados al poder para
dominar a las masas aborregadas, porque el ser humano siempre ha tendido a divinizar
carne y huesos y a imponerse líderes. ¿Por qué dejamos que una persona, o unas
pocas, dirijan nuestras vidas como si fueran dioses? No voy a entrar en
ideologías políticas, no tengo ganas de perder mi tiempo, porque todas me
parecen una sarta de mentiras moralistas que lo más lejos que han llegado ha
sido a una lista en un papel. Porque también tendemos a desvirtuar y corromper
las cosas y, aunque quizás en un principio la intención era buena, la esencia
se perdió por el camino.
Pero no es sólo la política lo
que va mal, el mundo entero cruje como una piedra en el desierto al anochecer. La
maldad prolifera, se extiende como la peste. Personas mediocres y mezquinas hacen
de la vida supervivencia. Por suerte hay personas buenas, con valores y principios,
que quieren hacer las cosas bien pero, en este planeta, hacer las cosas bien no
tiene premio. Y digo planeta, sí, no país, que ya estoy harta de que se icen
banderas; olvidamos que estamos todos en el mismo barco, un barco azul
moribundo que estamos agotando y destruyendo y, cuando eso ocurra, darán igual
los países y los intereses políticos. Señorxs, el Universo no entiende de leyes
humanas, todos vamos a morir, todo tiene un principio y un final, ¿por qué
complicar tanto la existencia fugaz de una raza? Al fin y al cabo llevamos un
suspiro en este mundo comparado con, por ejemplo, nuestro Sol —y cuanto daño
hemos hecho ya—. Seguro que algun@s creen que son más importantes que una estrella
que lo único que hace es dar luz y calor, pero sin ella no podríamos vivir y,
en cambio, sin algun@s sinvergüenzas, viviríamos mucho mejor.
Y desde aquí, con todo mi
respeto, por supuesto, hacia su opinión, también quiero decir a los que
convocan manifestaciones y juzgan a los no participantes alegando que protestan
por todos: no me pidáis que me levante del sofá para peregrinar como un rebaño
guiado por pastores de casco y escudo con las manos atadas, mientras gritáis y
esgrimís pancartas que acabarán, sin más gloria, en la basura; no me pidáis que
me levante del sofá para ocupar una plaza o una calle y molestar a las personas
equivocadas, los responsables están demasiado lejos como para que les moleste; no me pidáis tampoco que me levante del sofá para hacer otra cosa que no sea
intentar vivir mi vida como buenamente las circunstancias me permitan, porque
no haré el esfuerzo. El día que decidáis actuar y hacer algo útil en lugar de
perder la fuerza por la boca y el tiempo en lugares y métodos equivocados, el
día en el que todo un pueblo se levante con la determinación de quien lucha por
algo más elevado que su propio pan para derrocar a ídolos de oro, ese día me
levantaré del sofá.
Es hora de actuar. Y no sólo a
nivel global, también a nivel personal, en lo pequeño y cercano. Hay que decidir
cambiar, hacer las cosas de forma diferente, al fin y al cabo, l@s que establecieron
los “limites” eran personas humanas, como tú y como yo, pudieron equivocarse.
Sinceramente, yo me preocuparía más por hacer que mi humilde existencia valga la pena por mis actos, por haber contribuido a un mundo mejor, aunque parezca que no sirve para nada. Haré lo que considere oportuno en cada momento independientemente de que me digan que una persona no marca la diferencia; para mí y mi conciencia la marca, porque si todos pensáramos así, nunca se haría nada. Y quiero creer que todo este tinglado cósmico tiene un fin elevado y todo lo que hacemos trasciende, porque sino...