Mi relatividad
>> miércoles, 19 de mayo de 2010
Con cada sorbo que le doy a mi botella, un sorbo de vida se me escapa dentro de ella. Tragos amargos tocando con los labios un frío cristal impersonal, sin escrúpulos ni preferencias, que besa y entrega su interior sin reservas a todo aquel que no tiene dique para detener a esa marea que anega inconscientemente la conciencia.
Trago a trago me embriago de anhelos hasta que me colmo de espacios vacíos que se expanden dentro de mí y empujan sin dejar sitio para nada más, hasta que la resaca me devuelve a la realidad de la ausencia.
Pienso en el “después” aunque no me pertenezca, porque el “ahora” tampoco puedo atraparlo. Sólo roza casi de forma imperceptible mis esperanzas cuando su aroma se mezcla con el viento y entra en mí para surcar el aire de mis suspiros.
Olvido que importa el momento en el que me encuentro porque el mañana nadie lo posee. Pero algunos, muchos o todos vivimos mentalmente en el futuro, siempre haciendo planes y esperando a sabiendas que no nos pertenece, que probablemente no será como hemos imaginado o planeado, que cabe la posibilidad de que no llegue. Y al menos por ahora no controlamos la cuarta dimensión. Concebimos el tiempo de forma lineal: el pasado está antes y ya no podemos recuperarlo, el presente lo tenemos, pero lo creemos tan obvio y seguro que lo olvidamos y no lo valoramos y el futuro lo moldeamos en nuestra mente y esperamos demasiado de algo que no es real.
Quién sabe... Quizás el tiempo no existe o es eterno y nos empeñamos en ponerle fecha y limitarlo para convertirlo en algo más contemporáneo y asequible, al alcance de nuestra muñeca, para autoengañarnos y disimular que no lo controlamos. Así da menos vértigo el viaje.