Chocolate y mala leche

>> domingo, 26 de diciembre de 2010

Estoy cansada; hoy a todos los niveles, que físicamente también ha sido una semana dura. Si lo pienso fríamente, todo lo negativo que me sucede son cosas pequeñas que, aisladas, provocarían escozor más que momentáneo, pero no es nada en apariencia trascendente; lo malo es que todas esas pequeñas cosas se van acumulando y superponiendo una sobre otra, como si volcara una caja de fotografías sobre una mesa. Y además de juntarse y mezclarse, quedan pendientes, sin solución y empeoran. Una me recuerda la otra y otra la una.

Ha vuelto el silencio, la pesada carga de los pensamientos no compartidos, de las palabras no dichas; aunque nunca se fue del todo. Siempre me he sentido como una dummie a la hora de expresarme oralmente, por eso escribo, porque así no “tartamudeo”. Pero ahora es, sobre todo, porque no hay nadie que escuche. No me malinterpretéis, sé que hay personas más que dispuestas a escucharme, pero a ninguna la veo con asiduidad. Formo parte de sus vidas, pero no formo parte del día a día de nadie, y eso es lo que echo de menos. Admito que estoy un poco antisocial también, por todo lo que he dicho antes y porque a veces confiar en la gente en general y en las personas en concreto sólo trae decepciones (me incluyo en el paquete). Sin embargo, debo añadir que esta semana alguien me sorprendió gratamente después de un pésimo día de trabajo y me hizo sonreír (hay que ver lo que puede lograr el chocolate…).

La mayor parte del tiempo no puedo evitar sentir que voy un paso por detrás de los demás; la mayor parte del tiempo no puedo evitar sentir que siempre me dejan atrás y soy la última opición; eso añadido a que insulten mi inteligencia en el trabajo, hace que me sienta frustrada y fracasada (no es una impresión, ahí siempre me dejan atrás). Es uno de los motivos por los que, a veces, no me apetece relacionarme: ver los éxitos de los demás hace que recuerde más aún mis fracasos y “mala suerte”, y ahora mismo mi autoestima está algo magullada.

Hay días en los que, de repente, mis ideas encajan; después de infructuosas horas de reflexión dedicadas al tema en cuestión, sin más, todo encaja y fluye en armonía; tan fácil y simple como darle al interruptor y encender la bombilla. Pero cuando eso sucede, una parte de mí apaga la luz y vuelve a encerrar a mi ego en una habitación oscura para que no alardee y sea consciente de que lo que ha hecho es insignificante. Sé que a nivel humano la perfección no existe, pero sí la excelencia pese a cometer errores, y es lo que busco.

Sé qué vais a decir sobre esto: que no es así, que soy negativa, que exagero… No necesito palabras, necesito hechos. Estoy cansada de certezas que se convierten en quizás, de promesas con los dedos cruzados, de disculpar desprecios, de adaptarme siempre yo, de esperar en vano y aún así tener esperanza, de confiar, de… de mí misma…

¿Y sabéis qué es lo peor? Que el chip gráfico de mi ordenador no es lo suficientemente potente para crear un abrazo holográfico.



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(Gracias por sonreírme y hacerme sonreír... y por el chocolate...)

Telemetría de los recuerdos

>> jueves, 16 de diciembre de 2010


Ver los sucesos en la distancia, cuando hay una menor carga emocional atada a ellos, sirve para comprender el pasado y el presente; y para avergonzarme de mi comportamiento. Se supone que he aprendido del resultado obtenido para el futuro, pero es sólo una teoría. La estela de lo vivido es un rastro caprichoso y un cuchillo de supervivencia.

Lo nocivo es el cuestionamiento permanente, el analizar hasta la más ínfima e intrascendente decisión. ¿Cuál es el baremo, el rasero? Hay decisiones que sé que están bien o mal no porque haya una ley escrita en alguna parte, sino porque lo siento así. Pero… ¿y si lo que siento que está bien no lo está? ¿Hasta qué punto es algo cultural determinado por la educación, el entorno, las experiencias vividas…? ¿Y si mi condicionada perspectiva y óptica es errónea o menos próxima a lo que la moral establece como bueno o correcto? A veces pienso demasiado…

En este caso, creo que lo mejor para lograr dormir por las noches y alcanzar un atisbo de paz sináptica, es guiarme precisamente por algo tan subjetivo y etéreo como mi “conciencia” o esa sensación de pesadumbre o ligereza en el pecho.

Sigo siendo una simple chica de humilde cuna, pero con la cabeza llena de nidos vacíos, los pájaros hace tiempo que se han ido. Pero… ¿realmente soy la misma persona que era hace cinco años? ¿Soy la misma persona que era hace tres meses? Tengo el mismo cuerpo, con uno o dos kg más o quizás menos, con el pelo más o menos corto, con alguna cicatriz más… mi cerebro alberga más recuerdos y conocimientos, pero es el mismo órgano… Entonces… ¿soy la misma? Podría contestar a esta pregunta, pero tendría que pensarlo, y hoy no me apetece pensar más, ya lo he hecho demasiado.

Últimamente me dejo guiar por sensaciones placenteras del pasado para tratar de encontrarme en ellas; pero no reviviendo esos momentos ni pretendiendo repetirlos, sino extrapolando y buscando en el ahora homónimos intemporales. Trato de llenarme de nuevo de todos esos sentimientos fugaces pero eternos que me dan la vida; intento encontrar mi sitio o hacerme un hueco en el lugar en el que estoy.